Estúpidamente tolerante con mis propios asesinos a fin de darles el beneplácito de mi derrota, me voy encontrando con un muro que no quiero. Un muro peligroso que calienta. Que aisla, pero vacía. Profiláctico e insalubre, defensor y asesino, redentor y pecaminoso, solitario y solitario.
Dos más dos, igual a cuatro. Más una, te la hinco. Tres más cinco, te la abrocho.
Y así cada noche. Durmiendo con tu perfecto culo a mi lado, con tu vagina siempre como recién depilada. Con tus pechos descubriendo estrellas y tu lengua circuncidándome casi a cada instante.
Y yo, sin encontrarte en mis manos, sin reconocerme en tus ojos.
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