De pequeña era la niña mas bonita del barrio. Sus perpetuas trenzas recordaban a los campos de trigo en las horas en que el sol ilumina con mas fuerza el dorado de las espigas, sus ojos azules verdosos, donde se podría llegar a anunciar mareas, su fina cara y sus ágiles extremidades le dotaban de tal título.
Todos los niños del vecindario siempre la acompañaban haya donde fuera. Gran aliciente para tanta amabilidad masculina, era lo particular de los juegos íntimos a los que sometía a sus mas cercanos amigos.
¿Quién no recuerda su lengua registrando nuestra cavidad bucal, como contándonos todas las muelas? ¿Qué chico del barrio no siente aun un escalofrío al recordar sus delicadas manos en nuestros jóvenes penes provocándonos los primeros orgasmos en compañía? ¿Qué compañero de clase no ha hecho deberes por duplicado para perder la virginidad en aquellas irresistibles caderas? ¿Quién no ha derramado una mínima lagrima recordando como sus rojos labios recorrían nuestras pollas?
Ella siempre soñó con llegar a tener un marido, una casa, hijos, etc. Todos aquellos tópicos que sus padres, casi a patadas, le metieron en la cabeza. Lo soñó tanto que fue alegrando a todos los chavales y hombres del barrio, con el fin de que alguno le regalara todos aquellos sueños.
Ayer me la encontré prostituyéndose entre Montera y la plaza del Carmen. Sus trenzas seguían casi intactas. Aun con aquellos lazos que su madre le solía poner para sujetarlas. Pero sus manos no eran aquellas que te hacías sentir como si una nube te acariciara los genitales. Su cara, parecía la paleta de un mal pintor que no ha llegado a encontrar el color que precisa. Sus labios, antes cálido abrigo de tantos penes novatos, ahora colgaban de las comisuras como queriendo señalar sus pechos, los cuales no eran más que dos pequeñas arrugas debajo de una camiseta sucia y ajustada.
Me dijo que no me recordaba del todo. Primero me confundió con varios de mis amigos, luego con mis hermanos. Al final abrió los ojos de par en par y gritó mi nombre. Se hecho a llorar y me abrazó. Cuando se separó de mi pecho pude ver sus ojos con detenimiento. Si, aquellos ojos seguían recordando el mar. Se lo dije, con el fin de animarla. Miro hacia el suelo mientras decía: “La cruda realidad se me dibujo en los ojos en el preciso instante en que mi minifalda entró en serio conflicto con mis sueños, querido.”
Volvió a mirarme. Me besó como lo hacia entonces y mientras me cogía de la mano me dijo: “Ven conmigo, esta noche follas gratis”.
